La poliquistosis es la enfermedad genética renal más frecuente, que afecta a 1 en cada 1000 personas. En la UBA están estudiando métodos para detectar daños tempranos en el riñón, y medir su evolución para hacer más eficiente el tratamiento.
Equipo del Laboratorio de Nefrología Experimental y Bioquímica Molecular del Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari
La poliquistosis renal es una enfermedad silenciosa, poco conocida, pero que afecta a 12,5 millones de personas en todo el mundo. Es la cuarta en la lista de las que llevan a la necesidad de diálisis o trasplante de riñón, por el daño masivo que ocasionan los quistes.
Es de origen genético y se manifiesta en 1 de cada 1000 nacimientos, razón por la cual un equipo de investigación de la Universidad de Buenos Aires, en el Instituto Lanari, está desarrollando métodos de detección no invasivos, para poder detectar daños tempranos. Con una muestra de orina, podría saberse qué tan avanzada está la enfermedad, o incluso ayudar a que el tratamiento sea lo más eficiente posible.
Es una enfermedad hereditaria, por lo que la mayoría de los pacientes deberían estar al tanto de que podrían haber nacido con ella, pero no siempre sucede. Casi todas las personas que heredan mutaciones de los genes PKD1 o PKD2 de alguno de sus padres desarrollan quistes renales que no paran de crecer a lo largo de la vida del paciente.
“Por ello es importante que quien nace con ella consulte en forma temprana y no espere a mostrar síntomas, porque eso es signo de que el riñón ya está dañado por los quistes”, explicó la doctora María Lucía Rosenberg, investigadora del Laboratorio de Nefrología Experimental y Bioquímica Molecular del Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari UBA CONICET, y también a cargo del consultorio de nefrología especial para esta enfermedad.
Enfermedad silenciosa
“La característica de la poliquistosis es que crecen quistes en los riñones y eso lleva a la insuficiencia renal crónica terminal, trasplante o diálisis. Este era el camino hasta 2020 que fue cuando se aprobó en el país una droga que puede controlar el crecimiento de los quistes”, contó Rosenberg.
“Hace muchos años que en el instituto se viene trabajando en la búsqueda de un biomarcador que nos permita medir la progresión de la enfermedad. No todos los pacientes evolucionan de la misma manera. Esta patología se caracteriza justamente por eso, que cada familia, cada individuo, tiene una progresión distinta”, explicó la investigadora.
“Nosotros trabajamos con familias de pacientes”, agregó el doctor en bioquímica Pablo Azurmendi, director del laboratorio. “Se transmite de padres a hijos con un 50% de probabilidades. Pero, si bien la familia comparte la misma mutación, el mismo defecto genético, puede haber hermanos con una evolución de la enfermedad totalmente diferente”.
“Hemos visto que uno entraba en diálisis a los 40, y otro recién a los 70”, continuó Azurmendi. “Vimos una gran variación en cómo progresaba la enfermedad dentro de las mismas familias. Entonces empezamos a buscar marcadores que nos puedan decir cómo va a progresar un paciente”.
El diagnóstico de la enfermedad suele ser por herencia familiar, o porque se detectan los quistes en una ecografía, e incluso a veces gente joven con hipertensión arterial.
“Uno de los objetivos del laboratorio es justamente que la población conozca que es una enfermedad hereditaria, que si un pariente la tiene, es probable que sus hijos también la sufran”, explicó Rosenberg.
“Nosotros tuvimos un caso de una mujer de 28 años que no sabía que la poliquistosis se podía heredar, a pesar de que su madre tenía la enfermedad. Esta joven tuvo mellizas, y ya sabemos que una de las nenas la heredó”, contó la nefróloga.
Tratamiento con seguimiento
Hasta hace unos años un paciente con riñón poliquístico podía llegar a necesitar diálisis y trasplante a los 50 años, pero ahora si el tratamiento se inicia a tiempo podría llegar a los 70 años sin necesitar diálisis, ni trasplante.
El riñón poliquístico de un paciente sin tratamiento puede alcanzar los 18 kilos de peso por el crecimiento descontrolado de los quistes, cuando uno normal ronda los 140 gramos. Pero con una droga llamada tolvaptán, aprobada en 2020 en Argentina, y apenas lanzada al mercado en Japón en 2014 y en 2015 en Canadá y Europa, se puede enlentecer la enfermedad.
El tratamiento se basa en bajar la cantidad de una molécula llamada adenosín monofosfato cíclico (AMPc) en las células. Esa molécula es la responsable del crecimiento descontrolado de los quistes. Este fallo ocurre por mutaciones en proteínas asociadas a la regulación del calcio intracelular, principalmente dos genes llamados PKD1 y PKD2.
“La idea es generar un método que no sea invasivo para medir qué tanto de esta molécula hay en el riñón”, explicó Azurmendi. “Sería un biomarcador medible en orina o en sangre, como los que se hacen en cualquier chequeo general, que permitiría medir cómo está progresando la enfermedad. Pero también nos permitiría medir qué tan efectivo es el tratamiento con el Tolvaptán. Porque hasta ahora no se puede saber qué tan bien le está yendo a un paciente en tratamiento”.
El problema con esta medicación es que tiene un efecto adverso muy incordioso, hace que los pacientes deban orinar cada una o dos horas. Así es que el equipo de la UBA también está trabajando en poder medir si el paciente está recibiendo la dosis correcta, para así disminuir estos efectos adversos y evitar que algunos pacientes dejen de tomar la medicación.
Es que para reducir la cantidad de AMPc, el tolvaptán debe bloquear a la hormona antidiurética o vasopresina, es decir, la que controla la cantidad de agua que excretan los riñones.
“Por otro lado, estamos tratando de validar un cálculo de la cantidad de agua eliminada con el que se pueda medir con confianza, en una muestra de orina común y corriente, si el paciente está tomando la dosis adecuada. La fórmula está arrojando buenos resultados. Podría ser usada por cualquier médico, ya que el 95% de los nefrólogos no tienen acceso al aparato necesario para saber si el paciente está bien tratado”, contó Azurmendi.
“Ahora estamos validando estos métodos de medición en un proyecto a largo plazo que ya lleva 4 años. Es probable que deba durar unos 10 años para que nos permita comprobarlo con suficiente evidencia científica. Estamos haciendo un seguimiento longitudinal de pacientes, es decir, a las mismas personas les medimos tanto el AMPc como el tamaño del riñón a lo largo de años”, explicó Azurmendi.
“Nuestro sueño es que en estos años de evolución de pacientes que estamos estudiando podamos probar que el medir el AMPc en orina nos permita conocer la progresión de la enfermedad, como también de eficacia de la medicación”, concluyó Rosenberg.
Todo el conocimiento que se genera en el Instituto Lanari se transfiere a la sociedad, no sólo a través de la publicación de trabajos científicos, sino con atención directa a pacientes en el consultorio. Son pacientes que llevan toda su vida acudiendo al Lanari, y a veces son familias enteras que cubren tres generaciones, que también participan con gusto en los estudios sabiendo que buscan mejorar el entendimiento de esta enfermedad poco conocida.