Belgrano es recordado cada año por haber creado la bandera nacional, pero, ¿es esa su contribución más importante? Analizamos su rol en la propagación de las ideas revolucionarias por todo el territorio de lo que más tarde sería la Argentina.
Manuel Belgrano, actor vital de la Revolución de Mayo.
Las ideas no se propagan solas, necesitan de actores que ayuden a difundirlas, y ese fue uno de los roles principales de Manuel Belgrano en la construcción de una nueva nación. Fue una persona comprometida con las ideas filosóficas de la Ilustración, que buscaban llevar el conocimiento y la razón a todos.
El ser hijo de un acaudalado comerciante italiano le permitió recibir la mejor educación posible. Estudió latín y filosofía en el Real Colegio de San Carlos, antecedente del actual Colegio Nacional de Buenos Aires de la UBA. Continuó en las universidades de Valladolid y de Salamanca, España, donde se graduó con medalla de honor a los 18 años de bachiller en leyes. Allí pudo ponerse en contacto con las ideas de la Ilustración.
Belgrano formó parte de la Revolución de Mayo desde sus orígenes. Fue él uno de los primeros en enterarse de que había caído el último bastión de gobierno en España a manos de las tropas de Napoleón, lo que dejaba libre el camino para el autogobierno en Buenos Aires. También fue él, junto con Saavedra, quien pidió al entonces virrey del Virreinato del Río de la Plata que convocase el Cabildo Abierto del 20 de mayo.Tras la revolución, continuó con un rol protagónico, como vocal de la Primera Junta, primero, y luego liderando las tropas en distintas expediciones al Paraguay y al Norte.
Conversamos sobre el rol de Manuel Belgrano con el historiador Gustavo Paz, profesor adjunto regular en Historia de América III de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e investigador del CONICET en el Instituto Ravignani, de la misma facultad.
La efemérides llamada “Día de la Bandera” fue instaurada por decreto presidencial en junio de 1938, tomando como hito esa fecha que marca el aniversario de la muerte de Belgrano ocurrida el 20 de junio de 1820. Sin duda, Bartolomé Mitre “inventó” a Belgrano asignándole un papel fundamental en la independencia argentina, que no era el de un gran general, como pudo ser José de San Martín, sino el de un héroe civil quien devenido en militar dejó como legado un estandarte que con el tiempo -y Mitre y la acción estatal mediante- se convirtió en la bandera de una nueva nación, la República Argentina”.
De todos modos, la bandera enarbolada por Belgrano a orillas del Paraná no es la misma que cualquier ciudadano argentino reconocería hoy como “su” bandera. Ha habido innumerables discusiones sobre los colores, los materiales y el diseño de la bandera original enarbolada por Belgrano, pero nadie discute que como jefe de tropas él fue el primero en distinguirlas de las españolas por medio de ese símbolo y que esa bandera es la primera en una larga serie que culmina en la que legalmente hoy se reconoce como el símbolo nacional de la Argentina.
Es interesante revisar los documentos de la primera jura de la bandera que Belgrano presidió en Jujuy el 25 de mayo de 1812 para comprender el significado de ese acto. En esa ocasión, Belgrano quiso conmemorar el segundo aniversario de la Revolución de Mayo que se iba a celebrar siguiendo el viejo ritual colonial de paseo y despliegue del estandarte real y tedeum en la iglesia.
Ese día Belgrano introdujo un elemento radicalmente nuevo en la liturgia cívico-religiosa de esa festividad: una nueva bandera, que había enarbolado sólo una vez en Rosario a comienzos de ese año, lo que le había valido una fuerte reprimenda del Primer Triunvirato. El despliegue del nuevo estandarte ante el ejército, los miembros del cabildo y el pueblo de Jujuy constituía en sí mismo un acto revolucionario: poco antes el Triunvirato había suprimido el paseo del estandarte real en Buenos Aires pero sin decidir sobre un símbolo de reemplazo.
En su discurso de ese 25 de mayo en Jujuy Belgrano dio un paso radical hacia una redefinición de patria cuando afirmó ante los soldados y pueblo reunido en la plaza que “la bandera nacional en mis manos… ya os distingue de las demás naciones del globo”. Esto no implicó la fundación de un patriotismo nacional, dado que la nación argentina no existía como la concebimos hoy, sino la exclusión del rey al desplazarlo simbólicamente y entronizar otro símbolo en su reemplazo.
Creo que uno de los mayores logros de Belgrano en el proceso revolucionario es haber logrado inflamar entusiasmo por la revolución entre los pueblos de lo que hoy es el norte argentino, que en esa época y desde los años coloniales se llamaba el Tucumán.
Belgrano no conocía ese territorio, que nunca había visitado. Había nacido en Buenos Aires, residido varios años en España; de regreso a su ciudad natal solo había visitado la Banda Oriental y en 1811 fue enviado al Paraguay por la Junta de Gobierno en misión militar.
A poco de ser designado jefe del Ejército Auxiliar del Perú -nombre oficial del Ejército del Norte-, luego de la derrota de Huaqui y de un breve interinato de Pueyrredón en ese cargo, en febrero de 1812 Belgrano llega al norte. Le decía en carta a Rivadavia: “U. sabe que no conozco el País, que no conozco a sus habitantes, ni menos sus costumbres y carácter… Crea U. que es una desgracia llegar a un País en clase de descubridor”.
Poco a poco, Belgrano comenzó a vencer su original desconocimiento de esa gente, a relacionarse con hombres y mujeres de las principales familias de esas ciudades, a forjar amistades y alianzas políticas con ellos, a designarlos sus colaboradores, algo que no pudo o no supo hacer en el Paraguay.
Estos apoyos fueron fundamentales en las acciones militares del ejército auxiliar, por ejemplo en la amplia repercusión, no sin un grado de coacción, de la orden de evacuar la ciudad de Jujuy en agosto de 1812 -el “éxodo”- y el reclutamiento de tropas que derrotaron al ejército español en la batalla de Tucumán. Es decir, más que con sus conocimientos militares, que eran limitados, Belgrano sirvió a la causa revolucionaria con el entusiasmo que inflamó en las poblaciones del Tucumán.
El general José María Paz, que en esa época era un joven teniente, afirmaba en sus Memorias: “Hasta que él [Belgrano] tomó el mando del ejército se puede asegurar que la revolución, propiamente hablando, no estaba hecha en esas mismas provincias que eran el teatro de la guerra”. Paz reconocía justamente el efecto movilizador y aglutinante de las medidas tomadas por Belgrano que comprometieron a esos pueblos en el esfuerzo de la guerra, medidas que estaban dirigidas a todas las clases de la sociedad y cuyo impacto era sentido por todos.
Belgrano formaba parte de la cultura ilustrada de fines del siglo XVIII que abrevaba en la filosofía francesa y en las ideas neo-mercantilistas de economistas italianos y de los fisiócratas franceses. En comparación con los jóvenes de su grupo social, que eran hijos de comerciantes enriquecidos que podían costearles una carrera universitaria, Belgrano contó con la cuantiosa fortuna de su padre que financió sus estudios en España, donde se puso en contacto con esas nuevas ideas de manera más cercana que si hubiera estudiado en el Río de la Plata.
Más que la filosofía o el derecho, a Belgrano le interesaban los aspectos económicos, dirección que profundizó a su regreso a Buenos Aires cuando fue designado Secretario del Consulado, un tribunal de comercio cuya función era ocuparse de los juicios y litigios comerciales y de la regulación del mismo. Desde allí, desplegó una agenda ilustrada que incluía la apertura comercial dentro de los límites del monopolio colonial, el fomento a la agricultura que, como fisiócrata que era, consideraba la base de la riqueza de un país y debía ser impulsada por la administración española.
Algunos autores recientes cercanos a la divulgación histórica proponen a Belgrano como promotor de las actividades manufactureras; algunos llegan a decir exageradamente que promovía una activa intervención estatal en la economía. Estas son proyecciones al pasado de obsesiones actuales de esos autores y de parte de la sociedad argentina que pretenden ver en Belgrano, y en otros héroes de la época revolucionaria, algo que no era.
Es difícil hablar de “estado” en términos modernos a comienzos del siglo XIX y si Belgrano proponía algo en ese sentido era el “fomento” de las autoridades a las actividades económicas que permitieran el desarrollo sin obstáculos, o con los menos posibles, de las actividades de los particulares. Así se había enriquecido su familia con el comercio, así debía enriquecerse el Rio de la Plata en base a la producción agraria.
Otra cuestión en la que Belgrano se muestra como un hombre ilustrado, en el sentido de imbuido por las ideas de la Ilustración, es en la educación. La ilustración propugnaba la instrucción de la población en general, incluidas las mujeres, que le permitiera emitir juicios racionales sobre la realidad en la que actuaban. De allí el fomento a las primeras letras; andando el tiempo Belgrano donaría cuatro escuelas en sendas ciudades del norte rioplatense dotándolas con sus sueldos devengados como general.
También fomentó la educación práctica, técnica y científica de la matemática, la náutica y el dibujo. Aquellos autores actuales que ven a Belgrano como un avanzado en las cuestiones de igualdad de género deberían considerar más seriamente su formación como hombre de la ilustración que veía en la educación un instrumento que fomentaba el uso de la razón, que poseían universalmente y por igual hombres y mujeres. En este sentido Belgrano formaba parte de un colectivo atlántico de letrados ilustrados.
Había muy pocos militares profesionales en el Río de la Plata en 1810. Saavedra, por ejemplo, era un comerciante acomodado y, como muchos de su clase, participó como oficial en las milicias organizadas en Buenos Aires para enfrentar a los ingleses en 1806.
Era, como Belgrano, oficial de los Patricios, regimiento de milicias que se creó ese mismo año, enlistaba a los vecinos de la elite porteña y del que Saavedra fue su primer jefe. Para alistarse en las milicias no se requería preparación militar previa, que ni Saavedra ni Belgrano tenían.
A los regimientos de milicias se accedía como vecino de la ciudad y con un entrenamiento sumario llamado “ejercicios doctrinales” que debía cumplirse periódicamente. Durante las Invasiones inglesas el reclutamiento de milicianos, es decir, vecinos en armas, fue masivo en Buenos Aires. Los oficiales de los regimientos eran elegidos por las tropas, pero por lo general esas elecciones recaían en las personas de alta posición social, a quienes los soldados reconocían como referentes.
Es cierto que Belgrano se empapó de literatura sobre táctica militar para poder comandar tropas, pero ese no era su campo, sino el Derecho y la Economía que había estudiado en España. Pero el primer militar profesional entrenado en academia militar fue San Martín que llegó al Río de la Plata en 1812 y organizó el primer regimiento con disciplina y entrenamiento profesional, los Granaderos. En esa “escuela” se formaron muchos de los jefes militares que actuaron en la primera mitad del siglo XIX en el Río de la Plata.