Luis Federico Leloir es uno de los grandes orgullos de la UBA, y de la Argentina. Gran persona, y excelente investigador. Recibió el Premio Nobel de Química en 1947 por el descubrimiento de procesos químicos básicos para la vida, que resultaron clave para la medicina mundial, y ayudaron a comprender muchas enfermedades.
Luis Federico Leloir
Leloir nació en París un 6 de septiembre de 1906, ya que justo su familia se encontraba allí para un tratamiento médico de su padre. A los 2 años volvió a la Argentina, donde formó parte de una familia acomodada. Sus estudios fluctuaron entre diferentes colegios, incluido el Beaumont, en Inglaterra.
La carrera universitaria la arrancó en París, aunque nada relacionado a las ciencias naturales, sino arquitectura. Sin embargo, esta digresión de su verdadera pasión duró poco: volvió a la Argentina a estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió con 26 años.
Tras su paso como residente en el Hospital de Clínicas, durante dos años, Leloir tuvo la convicción de que su mejor forma de contribuir a la salud pública era con la investigación. Pensaba que era necesario comprender mejor los procesos naturales que sustentan la vida. Así fue que arrancó a hacer ciencia en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA.
Ya desde su tesis doctoral, Leloir comenzó a hacer historia en la investigación mundial, completada en sólo dos años, y distinguida como la mejor del año en su facultad. Una tesis realizada bajo la dirección de su maestro y mentor, Bernardo Houssay, docente e investigador de la UBA en aquellos tiempos, y Premio Nobel de Medicina en 1947.
Esa tesis, titulada “Suprarrenales y el metabolismo de los hidratos de carbono”, ya lo puso sobre la senda investigativa del metabolismo de los azúcares y la síntesis del glucógeno, la reserva energética de nuestro organismo. 30 años más tarde descubriría el mecanismo de este proceso, que le valdría, a su vez, el Nobel de Química en 1970.
Sobre esta dupla que hizo con Houssay, genial para la ciencia argentina y mundial, Leloir contaría años más tarde: “Los antibióticos, drogas psicoactivas y todos los agentes terapéuticos nuevos eran desconocidos. No era por lo tanto extraño que, en 1932, un joven médico como yo, tratara de unir esfuerzos con aquellos que querían adelantar el conocimiento médico”.
Al pasar a dedicarse de lleno a la investigación básica, Leloir sintió que debía volver a estudiar aspectos de nuestro mundo más en detalle, por lo que retornó a las aulas como oyente de materias como física, matemáticas, química y biología, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Allí donde hoy lleva su nombre la biblioteca central.
En 1943 Leloir dejó su cargo de investigador en la UBA, en tiempos en que el presidente de facto, Ramírez, inició una persecución contra científicos de la UBA, incluido el mentor de Leloir, Bernardo Houssay.
Se fue del país por unos años, pero volvió en 1945 a trabajar con Houssay en el instituto que este último había creado, que en 1947 pasó a dirigir, instituto que hoy lleva su nombre, llamado por aquel entonces Instituto de Investigaciones Bioquímicas-Fundación Campomar (en la actualidad, Fundación Instituto Leloir).
Para 1958 volvió a la UBA, en plena época de reformas del sistema científico en la universidad, con la creación del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Leloir volvió como investigador, y como profesor titular de Química Biológica Superior. Hacia 1962 el instituto había crecido tanto que se desdobló en química orgánica, y química biológica, quedando Leloir a cargo de la última.
El Nobel de Química de 1970 le fue otorgado a Leloir como reconocimiento por su trabajo de investigación básica que lo llevó a describir por primera vez los nucleótidos de azúcares y su papel en la formación de hidratos de carbono.
Perece algo común hoy en día hablar de esto, cuando son términos que pueden verse en cualquier dieta, pero justamente fue revolucionario para conocer el funcionamiento de nuestro cuerpo. Este descubrimiento aportó un conocimiento vital, porque los azúcares y los hidratos de carbono son las reservas energéticas de animales y plantas.
Permitió explicar cómo se almacena la energía en los seres vivos, y cómo los alimentos se transforman en azúcares, que son el combustible de la vida humana. Tan importante fue el trabajo de Leloir, que hoy en día se llama “camino de Leloir” a la ruta bioquímica que sigue un organismo para aprovechar los azúcares como energía vital.
“El honor que he recibido excede, de lejos, mi expectativa más optimista. El prestigio del Premio Nobel es tal que uno de repente es promovido a un nuevo estatus. En este nuevo estatus me siento incómodo al considerar que mi nombre se unirá a la lista de gigantes de la química como van Hoff, Fischer, Arrhenius, Ramsay y von Baeyer, por nombrar solo algunos. También me siento incómodo cuando pienso en químicos contemporáneos que han hecho grandes contribuciones y también cuando pienso en mis colaboradores que llevaron a cabo una gran parte del trabajo”.
Dijo Leloir cuando recibió el Nobel en Estocolmo el 10 de diciembre de 1970.
Leloir fue un ícono y un líder silencioso para la ciencia de la Argentina, la ética profesional lo llevó a dedicarse a la investigación con pasión, a la vez que a la formación de científicos que se iniciaban. Así lo hizo hasta el día de su fallecimiento. A pesar de las advertencias de sus médicos, tras un ataque cardíaco anterior, Leloir seguía yendo al laboratorio a investigar.