En el Día del respeto a la diversidad cultural se recuerda uno de los choques de culturas más grandes de la historia, con la llegada de los europeos a una América diversa culturalmente, en 1492.
12 de octubre, Día del respeto a la diversidad cultural
Las efemérides nos acercan a repensar la historia y con ello, comprender mejor el presente. Este 12 de octubre se conmemora el respeto a la diversidad cultural. ¿Qué significado tiene?
El continente americano permaneció aislado del resto del planeta durante miles de años, pero estuvo y estaba habitado por gente cuando se dió inicio a la oleada colonizadora europea en 1492.
Existía una gran diversidad de culturas que se formaron a lo largo de los más de 15 mil años que habían pasado desde la llegada del ser humano al continente. Diversidad que durante muchos años se ha dejado de lado en pos de priorizar la gesta exploradora y conquistadora de los europeos.
El feriado Día del respeto a la diversidad cultural fue instaurado en 2010 justamente para remediar esa falta y adentrarnos en cómo fue ese choque cultural, qué significó y significa.
¿Qué se conmemora el 12 de octubre?
La conmemoración puede pensarse históricamente, pero también desde una perspectiva sincrónica que rescate las miradas divergentes que hoy coexisten en la sociedad. Ambas posibilidades evidencian los usos sociales de las efemérides, pues las evocaciones movilizan intereses, negociaciones y reivindicaciones y expresan disputas políticas y económicas contemporáneas.
Desde una mirada histórica, desde el año 2010 el Estado Argentino propone conmemorar el 12 de octubre como “Día del respeto a la diversidad cultural”, con el objeto de erradicar los prejuicios sociales y valorizar la diversidad étnica y cultural de todos los pueblos de la República Argentina.
Sin embargo, la fecha evocó desde el siglo XIX distintas posiciones ideológicas: desde el repudio inicial de las élites criollas protagonistas de la emancipación de España -expresado en el contenido original del Himno Argentino sancionado en 1813- hasta el decreto de Hipólito Yrigoyen, que en 1917 estableció el 12 de octubre como feriado nacional por ser el “acontecimiento de más trascendencia de la humanidad”, reivindicando el pasado hispano y católico en un contexto de progresiva injerencia de Estados Unidos en la región. Desde entonces, ya era evidente que los intereses políticos y las evocaciones de la fecha están intrínsecamente unidos.
Otro hito importante fue la conmemoración del 12 de octubre como “Encuentro de Dos Mundos”, en torno al V Centenario en 1992, que unió una producción académica que pretendía visibilizar el rol activo de las poblaciones indígenas, con el replanteamiento de la política exterior de España en América Latina y su ofensiva política y económica, mediante tratados de cooperación e inversiones estatales y privadas en la región.
Lo anterior marcaba una utilización de la fecha en la misma España, que en 1987, a un año de haber entrado en la Comunidad Económica Europea, nombró al 12 de octubre como fiesta nacional, dando inicio a un programa de conferencias, boom editorial y “cumbres iberoamericanas” que buscaban asentar un presente posfranquista y de protagonismo a ambos lados del Atlántico, atado a su pasado imperial.
En nuestro país, durante la década de 1990 se produjeron manifestaciones públicas de repudio a la conmemoración por parte de organizaciones sociales indígenas, acompañadas desde la música y las artes visuales. Continúan hasta la actualidad en torno al 11 de octubre como “último día de soberanía indoamericana”, o “primer día de la resistencia”, bajo la consigna “Nada que festejar”. En lo anterior debemos incluir el repudio a la trata trasatlántica de la población africana y la lucha por visibilizar las desigualdades y discriminaciones que enfrentan los afrodescendientes hasta la actualidad.
¿Qué significó para América y el mundo ese encuentro?
Desde la invasión europea, el continente americano sufrió una transformación drástica, al verse incorporado desde el siglo XVI a una “globalización temprana”, cuyas bases económicas eran tanto la incipiente producción de manufacturas en Europa y Asia como los metales preciosos extraídos de América.
La producción de plata en el continente americano generó complejos efectos de arrastre, estimulando la reorganización del espacio y la producción interna en vistas a abastecer la empresa minera. Del mismo modo, la plata circulaba por el continente europeo antes de seguir su camino hacia el sur y este de Asia.
Más tarde, durante el siglo XVII, a los metales preciosos se añadieron los productos de las plantaciones americanas generados por la mano de obra esclava africana, cuya misma población se convirtió en una de las mercancías más lucrativas del comercio global.
En una mirada más americana, la invasión castellana, la conquista y posterior poblamiento trastocaron la demografía, las formas de organización socio-políticas y las lógicas y posibilidades de reproducción social.
Resulta difícil transmitir brevemente la complejidad del impacto generado en los territorios y en la población indígena a lo largo de los tres siglos de dominio colonial iniciados en 1492, cuya marca más visible fue su notable descenso poblacional que, según las regiones, pudo llegar al 80% ó al 90%.
Los primeros contactos, el asombro y la incertidumbre europea por la existencia de tierras y humanidades desconocidas, la violencia conquistadora; la resistencia, las alianzas políticas de algunas poblaciones indígenas con los conquistadores en vistas a liberarse la sujeción de imperios locales -como el Inca y Mexica-; el saqueo, la introducción de nuevos cultivos y animales, la cooptación de la elites indígenas, no alcanzan a representar las distintas implicancias de los procesos iniciados en 1492.
Con el tiempo, lo anterior transmutó en el desarrollo de explotaciones mineras y agrícola-ganaderas en manos hispano-criollas. En la reconfiguración de las poblaciones indígenas, la apropiación de tierras y otros recursos, el trabajo indígena coactivo en beneficio de las élites y la exacción tributaria. En la migración forzada de población africana, la vida en espacios urbanos, el mestizaje, la imposición del catolicismo. En el desarrollo de procesos de creación y alteración de creencias religiosas, de idiomas e identidades para las poblaciones indígenas que ingresaron en un sostenido proceso de etnogénesis.
Las relaciones hispano-indígenas no siempre fueron explícitamente violentas, sino que abrieron paso a negociaciones, resistencias y adaptaciones creativas en un marco, sin embargo, que no prescindió de la violencia física y simbólica cotidiana.
¿Cómo se veía en aquellos primeros tiempos la diversidad cultural que existía en América?
El continente americano estaba poblado por una gran cantidad de sociedades diferentes, con su identidad, lengua, costumbres, religiosidades, formas de organización socio-política -desde poblaciones cazadoras-recolectoras a imperios políticamente unificados- que vivían en un mosaico de diversidades, contrastes y conflictos.
La Castilla que llega a América tenía también sus “otros” diferentes internos, como árabes y judíos, a quienes acababa de expulsar. Una sociedad que segregaba por cuestiones culturales y religiosas: el no-cristiano comenzaba a no tener lugar en una sociedad que llevaba siglos de vivir las diferencias en supuesta “convivencia”.
Más allá de los debates iniciales en torno al carácter humano y la procedencia de los habitantes de un territorio desconocido para Europa, los primeros exploradores y conquistadores compararon la diversidad cultural y socio-política americana con la propia, una monarquía católica con diferentes coronas y dinastías, que aún albergaba diferentes religiones y linajes que se disputaban el poder.
Como puede leerse en distintas crónicas tempranas, la diversidad cultural se aprendió a partir de lo conocido, entonces los templos se percibieron mezquitas, los soberanos, reyes en tronos, y las mujeres escogidas y recluidas, monjas. En un proceso donde nombrar era dominar y también apropiarse, y anular el conocimiento profundo, de lo distinto.
También la diversidad étnica se observó como oportunidad política, en especial en los imperios extensos que dominaban pueblos con etnicidades, lenguas y estructuras políticas diversas, pues las disconformidades podían ser explotadas en favor de los nuevos invasores.
Así, por ejemplo, el cronista Francisco López de Gómara sostenía que, al llegar al actual territorio mexicano, Hernán Cortes se mostró feliz ante la noticia de la oposición que los tlaxcaltecas mantenían frente a los mexicas de Tenochtitlan pues ello permitía avizorar la conquista del territorio.
Los beneficios obtenidos tras el pacto alcanzaron a los enemigos nativos de los mexica, que obtuvieron una serie de privilegios, como el reconocimiento de hidalguía para que sus líderes pudieran usar armas y montar a caballo como los españoles, por ejemplo, que, por un tiempo, los diferenciaron de los demás indígenas.
Sin embargo, estas diferencias étnicas, traducidas en alianzas políticas, resultaron enmascaradas desde la incorporación de las poblaciones indígenas al marco jurídico de la época, con la invención de un sujeto: el indio.
Así, los naturales, como se los denominó inicialmente, devinieron en indios, una categoría homogeneizadora, supra étnica, que expresaba y condensaba la relación de dominación. La condición jurídica de los indios se asoció a mediados del siglo XVI con la condición de miserable, en vistas a resaltar las condiciones económicas y socioculturales de desventaja frente a los españoles, propias de la pobreza, la ignorancia y el miedo.
La imagen del indio miserable fundamentó la creación de instituciones que mejoraran el acceso indígena a la justicia, como la limitación de los aranceles, el amparo real y los cargos de defensor de indios y de intérpretes.
Sin embargo, desde principios del siglo XVII el término miserable asociado al de indio comenzó a aludir una supuesta incapacidad y debilidad intelectual del indígena, pasando de una idea de protección a otra de tutoría, que sobrevivió a las independencias, convirtiéndose en un estereotipo de larga duración.
En ese sentido, el establecimiento del 12 de octubre como “Día del respeto por la diversidad cultural”, proceso que incluye a las poblaciones afrodescendientes, viene a reivindicar y visibilizar las pluralidades étnicas, lingüísticas y culturales solapadas por siglos, deslegitimando las categorías racializadas de dominio político y económico de sujeción.
El debate y el respeto no pueden darse, sin embargo, sin oír los reclamos y reivindicaciones actuales de los pueblos originarios y afrodescendientes que toman al 12 de octubre como vía de expresión privilegiada.
¿Cómo se ve reflejado en la actualidad el choque cultural de 1492?
Por lo expuesto, no es posible una lectura unívoca del proceso histórico abierto por la llegada de Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492, pues distintos movimientos sociales, partidos políticos, corporaciones económicas, estados nacionales y provinciales, investigaciones históricas, no solo se posicionan ante el pasado, sino también ante el presente y el futuro.
La realidad americana contemporánea interpela a reflexionar y debatir sobre los sentidos dados a la fecha, a partir de voces que llaman a cuestionar los efectos concretos de la dominación.
Como se refleja en recientes acontecimientos, tal el debate surgido a partir de la demanda de disculpas realizada por el presidente de México, Manuel López Obrador, al gobierno español por la conquista de México; o la elección de Elisa Loncon, docente e intelectual mapuche, como presidenta de la Convención Constituyente de Chile, hasta las protestas y derribo de estatuas de las reinas británicas Isabel II y Victoria en Canadá, por las vejaciones a niñas y niños indígenas.
En simultáneo, persiste la nostalgia por la hispanidad que, según Diana Lenton, se transformó en la década de 1990 en la reivindicación del origen inmigrante europeo, y que aún hoy, incluye reivindicaciones de “civilización” y “fe verdadera” tras la férrea defensa de la figura de Cristóbal Colón.
¿Qué contradicciones presenta esta fecha?
Esta mirada histórica y transversal nos invita a reflexionar sobre las contradicciones que aún suscita el 12 de octubre en nuestro presente. De modo no lineal, las interpretaciones divergentes radican en las incorporaciones violentas del territorio y de sus poblaciones a la cultura occidental hegemónica, con sus lógicas de apropiación y explotación económica, de dominio político y cultural, de desigualdad de género.
Sin que ello nos lleve a soslayar el impacto de los estados nación surgidos luego de los procesos independentistas y de las actuales políticas neoextractivistas que vuelven a presionar sobre los bienes naturales, las tierras y los territorios de distintas organizaciones campesino-indígenas que aún luchan por el reconocimiento de sus derechos de propiedad sobre un suelo en disputa.
Por ello, una de las potencialidades del 12 de octubre, con sus movilizaciones, manifestaciones culturales, radios abiertas, es su capacidad de denunciar que hoy, como ayer, continúan los desalojos violentos, las desapariciones forzadas, los asesinatos, reproduciéndose el hambre, las discriminaciones y violencias sexistas hacia las poblaciones originarias y afrodescendientes.