La preocupación por comprender el mundo que nos rodea mediante el método científico fue de la mano de la educación en la UBA desde su mismo nacimiento en 1821. La Universidad número uno del país le viene apostando a la investigación como motor para mejorar la sociedad desde hace más de 200 años.
Cecilia Tuwjasz, primera programadora argentina
“La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”, dijo Bernardo Houssay, premio Nobel egresado, docente e investigador UBA. “Los investigadores pudimos estudiar gracias a los recursos aportados por todos nuestros compatriotas y tenemos el deber de retribuirles trabajando aquí y tratando de sacar adelante el país”.
La investigación científico tecnológica es uno de los principales motivos del prestigio mundial que tiene la UBA, evidenciado por sus 3 premios Nobel en ciencias, y el buen desempeño en los rankings internacionales.
Desde su fundación en 1821, la UBA se organizó en departamentos científicos. Los primeros fueron el Departamento de ciencias exactas (dos cátedras y dos ayudantes); Departamento de medicina (tres cátedras); Departamento de jurisprudencia (dos cátedras) y el Departamento de estudios preparatorios (seis cátedras, entre las cuales había una una de físico–matemáticas y una de economía política).
En aquellos tiempos, la sociedad estaba cruzada en cada uno de sus ámbitos por el pensamiento religioso. La ciencia comenzaba, de a poco, a convertir en laicos algunos de esos ambientes.
Si bien asociada fuertemente a religiosos, como sus primeros cinco rectores, y muchos de sus profesores, la UBA nació laica y científica. Fue moderna la decisión de dar tanta importancia a la enseñanza de ciencias como las matemáticas, la física experimental o la filosofía, que ya eran obligatorias en los cursos preparatorios.
De física experimental, por ejemplo, ya para 1827 se dictó un curso por el profesor Avelino Díaz en el que se hablaba de que “la experiencia conducirá a establecer principios fundamentales y valiéndonos del análisis deduciremos las consecuencias”.
Para ese mismo año ya contaba también con “un laboratorio de química, y una sala de física, la más completa, han sido conducidas de Europa para servir a la enseñanza de las ciencias naturales”, según un informe de Martín Rodríguez, entonces gobernador de Buenos Aires. También un “gabinete de física y de historia natural que se aumenta silenciosamente en el convento de Santo Domingo”.
Se trataba del convento abandonado de los dominicos, que actuaba como local para reunir todos los objetos de enseñanza de ciencias naturales, como el gabinete de física, el laboratorio de química, y también colecciones de animales y fósiles de historia natural.
Por esos años también se contrató a varios científicos europeos, que gustosos venían a América, porque en sus países se les dificultaba la enseñanza libre de las ciencias. Por ejemplo, Pedro Carta Molina médico italiano que también enseñaba la física experimental. Otro italiano fue Fabricio Mossotti, que vino para establecer el observatorio astronómico también en el convento de Santo Domingo. Enseñó física en la UBA.
Si bien la UBA tenía un tono científico desde sus inicios, la verdadera investigación científica vendría de la mano del siglo XX, y principalmente tras la Reforma de 1918, gracias a la cual la universidad dejó de ser elitista. Pensemos que por aquellos tiempos, la UBA contaba con unos 5400 estudiantes, mientras que hoy son más de 330.000.
Los cambios le dieron un nuevo impulso a la ciencia argentina que comenzó a afincarse en las universidades nacionales, y esto llevó a que la investigación científica y tecnológica estuviese más vinculada a la vida práctica del país.
Pero fue recién para 1958 en que se inició la etapa de modernización académica, con la gestión del rector Risieri Frondizi. Este promovió el desarrollo de las facultades y un perfil vinculado a la investigación. Fue en esa etapa también cuando ser profesor universitario e investigador científico tecnológico dejó de ser una vocación, para pasar a ser una profesión.
Según los historiadores, fue en esta época y en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, donde se forjaron las bases materiales e institucionales para la profesionalización de la investigación como una actividad especializada.
Antes los profesores e investigadores no vivían de eso, debían tener otro empleo. Pero las reformas llevadas a cabo por Frondizi llevaron a que aumenten los profesores e investigadores de dedicación exclusiva, acompañados por un aumento del presupuesto dedicado a la actividad científica. Por esos años fue que se crearon carreras “nuevas” como Psicología, Sociología, Ciencias de la Educación, Ciencias Antropológicas y Economía.
Esa etapa dorada de la ciencia nacional se vería truncada con la dictadura militar de 1966, liderada por Juan Carlos Onganía. Los gobiernos militares que siguieron pusieron fuertes restricciones al ámbito universitario, que llevarían a un estancamiento y hasta a un retroceso de la investigación a nivel nacional hasta la vuelta de la democracia en 1983.
Con altas y bajas, la investigación fue aumentando, siempre vinculada al ámbito de las universidades nacionales. La UBA cuenta con 1.800 grupos de investigación que trabajan en los departamentos e institutos de las facultades, 1.500 de esos grupos son financiados completamente por la UBA. Estos grupos están integrados por más de 5.300 investigadoras e investigadores formados, y 11.400 en etapa de formación.
Hoy en día, más que nunca, la UBA apuesta a la investigación científica tecnológica como mejor forma de avance en la sociedad.