En Estocolmo

Semana Mundial del Agua

miércoles 30 de agosto de 2023

La ONU estima que una de cada cuatro personas no tiene acceso a agua potable. Desde  hace 20 años, en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UBA, funciona el Centro de Estudios Transdisciplinarios del Agua que investiga y trabaja para mejorar la cantidad y calidad de este vital recurso natural.

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Semana Mundial del Agua

En la ciudad de Estocolmo, Suecia, se desarrolla la “Semana Mundial del Agua” 2023 siendo el tema principal “Semillas de cambio: Soluciones innovadoras para un mundo con conciencia hídrica”. 

La ONU estima que 2000 millones de personas viven todavía sin acceso a agua potable (1 de cada 4 personas), casi la mitad de la población mundial (3.600 millones) carece de un saneamiento seguro y 1,4 millones de personas mueren anualmente a causa de enfermedades relacionadas con el agua, el saneamiento e higiene deficientes.

 

El decano de Ciencias Veterinarias sostiene que resulta fundamental llevar agua de calidad adonde no la hay como, también, desarrollar estrategias regionales

 

Pero ¿Cuál es la situación en Argentina? Alejo Pérez Carrera, decano de la Facultad de Ciencias Veterinarias y director del Centro de Estudios Transdisciplinarios del Agua (CETA), la describe: “En el país, la situación respecto de la distribución y acceso al agua potable y saneamiento es, en muchas regiones, heterogénea: en general, las grandes y medianas ciudades están cubiertas por redes de distribución de agua potable y saneamiento, sin embargo, en las poblaciones más pequeñas y en zonas rurales, que muchas veces son las más vulnerables, la provisión de agua potable depende de las perforaciones del agua subterránea”.

Y allí surge otro problema: “En muchas regiones de Argentina observamos la presencia y distribución de arsénico, un contaminante natural que puede tener un impacto serio sobre la salud, especialmente con la exposición crónica a través del agua bebida”, advierte Pérez Carrera. 

En la llanura chaco pampeana, el arsénico no está presente en el agua como resultado de una actividad humana, sino que está asociado al vulcanismo de hace varios miles de años de la Cordillera de los Andes, donde esa ceniza, a raíz de la distribución eólica, se depositó en amplias regiones de Argentina y donde también se detecta la presencia de otros elementos como flúor, vanadio y uranio. En contacto con el agua subterránea, y en determinadas condiciones de los acuíferos, el arsénico fijado en esos cristales de ceniza volcánica se libera y solubiliza en el agua subterránea.

Esta situación se da, por ejemplo, en el sudeste de Córdoba, oeste y norte de Santa Fe, algunas zonas de La Pampa, oeste de la provincia de Buenos Aires y diferentes zonas de Santiago del Estero y Chaco.

Pérez Carrera alerta, además, sobre el impacto que pueden tener otros contaminantes sobre la calidad del agua de bebida, por ejemplo, “la presencia de nitratos, detectados cuando se extrae agua de las capas de agua subterráneas más superficiales, que altera significativamente la calidad del agua para consumo humano o animal. Esta situación se observa en zonas donde no se hace un adecuado tratamiento de las aguas servidas o en zonas de producción agropecuaria intensiva donde no existe un buen manejo de las excretas o de los fertilizantes nitrogenados que se utilizan.

 

Investigadores del CETA observaron, en muchas regiones de Argentina, la presencia y distribución de arsénico

 

El decano de Veterinarias explica que “Entre el 70 y 80% del agua que extraemos y que utilizamos está destinada a un fin agropecuario, es decir, básicamente, a producir alimentos”. 

Hay dos pilares que deben ser atendidos a la hora de diseñar estrategias para el uso y la gestión del agua: la cantidad y la calidad. En cuanto al primer factor, Pérez Carrera dice que “debe considerarse que determinados cultivos requieren de un riego suplementario para su desarrollo, o, que una vaca lechera de alta producción que está gestando y produciendo leche, sobre todo bajo influencias externas como altas temperaturas y humedad, puede beber entre 80 y 100 litros de agua por día e incluso más, ya que, internacionalmente, hay casos documentados de consumo de 140 o 150 litros de agua por día”.

El segundo factor es relativo a la calidad del agua. “Por eso es tan importante conocer su composición físico-química y microbiológica a través de análisis periódicos del agua que utilizamos especialmente en sistemas de producción animal, porque podemos tener una enorme cantidad de agua, pero, si no es de buena calidad, pueden existir serias limitaciones para su aprovechamiento”, agrega Pérez Carrera.

Las políticas públicas

Alejo Pérez Carrera sostiene que es fundamental “llevar agua de calidad adonde no la hay como, también, desarrollar estrategias regionales en función de la necesidad de agua de cada región según las características socioeconómicas que presentan.”

En este sentido, el Decano destaca la importancia de la implementación de políticas públicas asociadas a mejorar el acceso al agua potable y su saneamiento en pequeñas poblaciones y zonas rurales, o el diseño y ejecución de obras hidráulicas que permitan mejorar el acceso al agua y la adaptación a cambios climáticos extremos, como canalizaciones, obras de regulación de caudales, obras de riego, acueductos, desagües pluviales, obras multipropósito, etc. 

“También es preciso fortalecer estrategias para preservar el recurso, para lo cual se requiere, entre otras cosas, un adecuado tratamiento de los efluentes industriales, agropecuarios, de los residuos domiciliarios”.

 

El Centro de Estudios Transdiciplinarios del Agua se ha instalado como centro de la UBA de referencia a nivel nacional e internacional

 

El agua y la Facultad de Ciencias Veterinarias

La formación de grado, posgrado e investigación en relación al agua toma cada vez mayor relevancia. Alejo Pérez Carrera destaca que “la problemática del agua se ha vuelto crítica y recibe la atención de muchas profesiones imponiéndose una mirada interdisciplinaria. Los/as veterinarios/as debemos introducirnos, cada vez más, en el uso racional de los recursos naturales, que no abarca solamente la cuestión del agua sino, también, el uso racional del suelo, las rotaciones agrícola-ganaderas y mejoras en el manejo productivo, entre otras cuestiones”. 

En el año 2000, por iniciativa de la doctora Alicia Fernández Cirelli, se creó el CETA. Pérez Carrera recuerda que “me formé desde los orígenes del Instituto e inicié mis trabajos de investigación desde prácticamente su creación. En la actualidad, sigo trabajando sobre temáticas diversas, como el uso y la gestión del agua en los sistemas agropecuarios sobre todo en los sistemas ganaderos, la calidad de agua vinculada al impacto sobre la producción animal, especialmente la producción lechera, la presencia y distribución de arsénico en el agua subterránea que utilizamos para bebida animal o para el riego de cultivo ya sea de la huerta o producción de forraje”.

El CETA trabaja, además, en el desarrollo de sistemas y de gestión racional del recurso pesquero y el desarrollo de tecnologías blandas o verdes para tratamiento de agua que conforman una especie de filtro vivo para remover contaminantes y mejorar la calidad del agua.

¿Qué logros destaca en el trabajo realizado estas dos décadas? Pérez Carrera sostiene que, por un lado, se ha instalado al CETA como centro de la UBA de referencia a nivel nacional e internacional en la temática, lo cual se ha plasmado en la dirección y participación en diferentes proyectos internacionales (Por ej. con diferentes países de Latinoamérica, Unión Europea, proyectos bilaterales con España, Austria, China, Alemania, entre otros), en la coordinación e integración de redes temáticas (por ej. CYTED, Comité Académico Aguas de AUGM, RALCEA, etc) y en la organización de reuniones y jornadas de especialistas en la temática. Por otro lado, en referencia a la aplicación de los resultados de las diferentes líneas de investigación, podría destacarse que “comprobamos que, por más que en el agua de bebida animal haya una alta concentración de arsénico, en la leche o en los tejidos animales que consumimos la concentración siempre ha sido muy baja. Es decir, el animal hace como una especie de filtro” y no existe bioacumulación de arsénico. 

“También hemos tenido resultados bastante promisorios en cuanto al uso de algunas especies vegetales, plantas flotantes o enraizadas, para remover arsénico, que pueden ser aplicadas en zonas rurales dispersas, donde, en general, hay una población de 100 a 1.000 habitantes y no resulta factible por diferentes motivos instalar una planta de tratamiento”, concluye Pérez Carrera.